Con ojos aymaras: Amistad en la era cuántica

Félix Layme Pairumani

      Gracias a los mecanismos de comunicación social de la postmodernidad, como nunca, uno recibe en ocasión de su cumpleaños un sinfín de salutaciones y reconocimientos de parte de sus amistades. El agradecimiento es la otra virtud más valiosa que uno detenta y personaliza. Uno debe ser agradecido con los demás si considera seriamente los requisitos de dicha simpatía. La amistad, como lo definen los diccionarios, es el afecto personal desinteresado y recíproco que se cultiva con el trato. Es ante todo respeto al otro.

 

Primero, porque se presentan y se conocen son amigos. Segundo, por la tecnología, son amigos y amigas virtuales. Desde ya no es posible darse la mano, pero es como si lo fuera por los medios actuales de comunicación y, tercero, porque la amistad sincera es lo más extraordinario de las virtudes humanas. Tener amistad no es sencillo en un mundo en que apenas uno sobrevive con sus ideas. Por más que se está ya en otra era, aún se está con un pié en un mundo en que las enemistades desgarran a la humanidad.

 

La amistad con otra persona no hay que confundirla con el cariño de la familia ni de los vecinos. Este afecto es una de las perfecciones humanas más excelsas que rompe las barreras sociales y culturales. Si uno tiene amigos y amigas, quiere decir que a uno le conocen en la distancia y le simpatizan, eso hace sentir querido. Estas dimensiones de amistad a medida que se sobrelleva por encima de ideologías políticas, posesiones económicas y sectas religiosas, crecen.

 

Cuál sea el grado de amistad, es realmente maravilloso. En otras palabras, por ella uno sabe que es apreciado. Este afecto es sublime, se debe aprender y saber retribuir, por más difícil que sea.  De cualquier forma, es un consuelo en la vida. Valió la pena haber venido al mundo y justificar nuestra presencia. Así mismo se sabe que ese aprecio puede llevar a varios caminos: al amor, a la hermandad y a la confraternidad entre diferentes. Es más valioso cuando discrepando con sus ideas, son amigos. Hoy la amistad debiera seguir siendo, por encima de las discrepancias y paternalismos, una simpatía sincera. La realidad hoy está hecha de interacciones.

 

Las personas jamás piensan igual. Que hay coincidencias, los hay por cierto. Si hay una idea contraría debería dudarse de la propia y/o considerarla complementaria. La humildad es más poderosa que la soberbia. Y si otro piensa distinto, jamás debe ser calificado de enemigo o enemiga, sino más por el contrario, ese otro es importante, para hacer armonización de contrarios. Ahí está el secreto de la nueva convivencia humana. Si discrepan con sus ideas es cuando más valen como amigos. Una amistad enseña, educa y humaniza. Y obvio que es todo un arte. Este afecto hay que saber cultivarlo, como a una rosa que sin el riego necesario se marchita. Hay que evitar que degenere hasta alcanzar límites incontrolables. La amistad es pública y transparente, además no se mezcla con facilidad con cuestiones privadas, como: el amor, la economía, la religión, la política, etc. Y es una constante evaluación como la misma vida íntima.

 

Por todo ello y más, reitero, uno debe agradecimientos infinitos a todos sus amigos y amigas que se han acordado de uno. Gracias a la nueva tecnología, que permite dinamizar una nueva convivencia virtual, uno puede retribuir en alguna medida su cariño. La amistad, en esta era, ha crecido enormemente por encima de los de cambios vertiginosos, de incertidumbre y de caos cuántico, gracias a la liberación de ataduras de verdades absolutas.